30 octubre 2011

Cómo nos presentamos delante de nuestro Rey

Continuando con el libro de Ester, el capítulo 2 nos menciona que el rey Asuero mandó que llevaran al reino a todas las jóvenes vírgenes de buen parecer, para que el rey eligiera a una de ellas, y tomara el lugar de Vasti.

La Biblia menciona que había un varón judío llamado Mardoqueo, el cual adoptó a su prima huérfana Hadasa, es decir Ester (Ester 2:6-7).
“… habían reunido a muchas doncellas en Susa residencia real, a cargo de Hegai, Ester también fue llevada a la casa del rey, al cuidado de Hegai, guarda de las mujeres, y la doncella agradó a sus ojos, y halló gracia delante de él…” (Ester 2:8-9).

Después de esto, Ester fue preparada para presentarse digna delante del rey: seis meses con óleo de mirra y seis meses con perfumes aromáticos y afeites (purificar, limpiar, con jabones aromáticos) de mujeres, y todo lo que ella pedía se le daba para ser ataviada con ello.

Pongamos mucha atención a la frase: preparada para presentarse digna delante de su rey, es decir, antes de presentarse ante el rey, tenían que prepararse: preparar su apariencia, preparar sus vestiduras, estar limpias y con olor fragante para no ser rechazadas. Y aquí es donde surgieron muchas dudas, acerca de cómo nos encontramos ¿Nosotras estamos listas y preparadas para cuando nuestro Rey nos llama? ¿En verdad estamos limpias y sin mancha? ¿Cómo nos encontramos cuando nuestro Rey nos está hablando?


Muchas veces pensamos que estamos sin mancha alguna, que somos agradables delante de Dios, que por haber reconocido a Jesucristo estamos sin pecado alguno, pero eso no es verdad. Si bien es cierto, mientras vamos caminando por nuestro diario vivir, ensuciamos las vestiduras que Dios nos dio, y queremos llegar ante su presencia sin antes habernos limpiado, sin antes blanquear lo sucio y manchado. Pero no se refiere a lo exterior, a lo físico, sino a nuestro corazón, a nuestros pensamientos y a lo que hacemos en lo oculto, en lo privado. Porque por naturaleza los seres humanos somos pecadores.

¿Acaso Dios aprueba el pecado? ¡Claro que no! Dios es santo, en Él no hay pecado, no hay mancha, como dice efesios 1:4
… nos escogió en él antes de la fundación del mundo, para que fuésemos santos y sin mancha delante de él, en amor para ser adoptados hijos suyos, por medio de Jesucristo, según el puro afecto de su voluntad…”

Si nosotras somos verdaderas hijas de Dios, debemos ser gratas delante de nuestro Padre, pero esto no lo lograremos por nuestras propias fuerzas, nada ni nadie puede limpiarnos de nuestro pecado más que Jesucristo, más que aquel que derramó su sangre en esa cruz. Tal vez te preguntaras, ¿pero cómo? ¿Cómo puede el limpiar mis pecados? ¿Cómo puedo acercarme a él si estoy completamente sucia? ¿Sabes? Todas hemos llegado a pensar que somos indignas siquiera de mencionar su nombre: Jesucristo.


Si tú no has nacido de nuevo, lo primero que debes hacer es reconocer tu naturaleza pecadora; lo segundo que debes hacer es arrepentirte sinceramente de tus pecados, reconociendo que sin Dios no eres nada; sobre todo, es necesario que reconozcas a Cristo Jesús como el Señor y Salvador de tu vida, y reconozcas a un
Dios vivo, el cual mandó a su hijo a morir por ti, por mi, y por todo el mundo.

Pero si tú en verdad naciste de nuevo, sólo tienes que presentarte delante de Dios con un corazón sinceramente arrepentido y humillado, pedir que te limpie, que te purifique, y algo muy importante que es necesario hacer: alejarte del pecado.
                                                                            
                                                                             Como lo dice 2 de Crónicas 7:14:


Si se humillare mi pueblo, sobre el cual mi nombre es invocado, y oraren, y buscaren mi rostro, y se convirtieren de sus malos caminos; entonces yo oiré desde los cielos, y perdonaré sus pecados, y sanaré su tierra.
No dejamos de pecar, pues esa es nuestra naturaleza, por eso es necesario un arrepentimiento constante, día a día, con Dios presentando y reconociendo nuestros pecados:




- Humillándonos y admitiendo nuestros pecados.
- Orando a Dios pidiendo perdón.
- Buscando a Dios continuamente.
- Volviéndonos de nuestros malos hábitos.
- Leyendo la palabra de Dios

Jesús oraba al Padre, pidiéndole que nos santificara en su verdad:
"Yo les he dado Tu palabra y el mundo los ha odiado, porque no son del mundo, como tampoco Yo soy del mundo.

"No Te ruego que los saques del mundo, sino que los guardes del (poder del) maligno (del mal).
"Ellos no son del mundo, como tampoco Yo soy del mundo.

"Santifícalos en la verdad; Tu palabra es verdad. Juan 17:14-17
“Al leer su palabra y escudriñarla, al hacerla nuestra y vivirla Dios nos Santifica”

¿Cómo queremos hallar gracia delante de Dios sucias?

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